jueves, 16 de octubre de 2008

TÚNEZ, contrastes bajo un sol abrasador


Curtidos guías acompañan a los turistas por el Sáhara.


Amanece en el lago salado de El Jerid.

El sol obliga a realizar descansos durante los paseos por el desierto.

Una mujer árabe se asoma a la mezquita de Tunicia.

La cascada de Tamerza, agua en pleno desierto de montaña.

El oasis de Chebika, desde lo alto de las montañas

Mujeres 'trafican' con oro y joyas en el zoco de Túnez.

Los trajes cubren los cuerpos de las mujeres, incluso en la arena.

El antiteatro romano de El Djem.

Una mujer, totalmente vestida, se baña junto a dos niños.


TÚNEZ, CONTRASTES BAJO UN SOL ABRASADOR

Túnez es, probablemente, el país más europeizado de El Magreb. Eso hace que las costumbres de un país mayoritariamente musulmán entiendan al turismo y se identifiquen con él. El golfo de Hammamet y la zona de influencia de Port Al Kantaui (donde me alojé) son similares a los colores y tonos del mediterráneo andaluz, por lo que se hace necesario adentrarse en el interior para conocer las verdaderas entrañas del país.

En la costa, el turista sólo se encontrará turismo. Hay que bajar al sur, a los desiertos de montaña y a la puerta del Sáhara en una ruta por el Túnez más ancestral y real, donde los contrastes de la arena terriza se funden con el verde de los oasis y los palmerales, o las calles despedazas por el hambre se combinan con los hoteles más lujosos.

Desde la costa, en los propios hoteles, los turoperadores ofrecen rutas sencillas, de varios días, que permiten –por algo más de 200 euros- adentrarse en el país.

La ruta comienza en las ciudades más próximas a la costa: Soussé y Kairouan. En Soussé se pueden visitar las murallas y las fortalezas junto al mar. También puede visitarse la gran mezquita, una de las pocas que abre al turismo.

Evidentemente, las mujeres deben cubrirse las piernas con pañuelos que dan a la entrada (los brazos pueden ir al aire). Tras las visitas culturales, merece la pena un paseo por el zoco, el mercado al aire libre, en el casco antiguo y perderse por el barrio copto (con cuidado, eso sí).

Los malolientes callejones, habituales por un deficiente sistema de alcantarillado, son el perfecto condimento a unas calles donde reina el caos, donde predominan los gritos o donde podemos encontrar carros tirados por animales estresados por los "garrotazos" de sus amos.

En estos zocos –como en el de Tunicia- los vendedores asaltan al turista porque una sólo venta les puede salvar el día. El sueldo medio de un maestro apenas alcanza los 200 euros.

En cuanto a Kairouan, la parada obligada es la Gran Mezquita, aunque no está permitido su acceso al interior. Si nos apetece una cerveza, no la encontraremos en ningún bar, ya que está prohibido el consumo de alcohol en toda la ciudad al tratarse de lugar santo.

En el norte del país, no podemos dejar de visitar la capital, Tunicia, con su Museo de El Bardo(y su magnífica colección de mosaicos romanos), aparte de la mítica Cartago. En este contexto, merece la pena recorrer las ruinas de las termas del Emperador Constantino.

CIUDAD DE LOS ARTISTAS

Un poco más allá se encuentra Sidi Abu Said, la ciudad de los artistas, un bonito enclave donde predomina el blanco de las fachadas de las casas tradicionales con sus puertas y ventanas en azul resplandeciente. El famoso café Nantes ha sido escenario de numerosas películas y en su interior se degusta uno de los mejores tés con piñones, un sabor que nada tienen que ver con lo que se consume en España.

La única preocupación es evitar la picaresca de aquellos que asaltan a los turistas regalando flores para, posteriormente, cambiar el semblante amable por otro serio y reclamar una contraprestación económica. Claro que la picaresca es una forma de vida que también tiene su hueco entre el colectivo de taxistas: por ello, es recomendable cerrar el precio en cualquier desplazamiento antes de subirse a los destartalados vehículos.

De hecho, es un país que se ha criado a base de negociaciones. Por eso, el regateo es una parte más de su vida. Al precio inicial se le puede descontar, si sabemos hacerlo, hasta un 50 por ciento. Los tunecinos hablan a gritos. Enfatizan cada palabra que sale por la boca. Por eso, da la sensación de que siempre discuten. Los regateos no son una excepción.

Curiosamente, el vendedor prefiere negociar con el hombre, por lo que quienes tendremos siempre la última palabra seremos nosotros. Los zocos están divididos por distritos: el de los tejidos, el de las joyas, el de los alimentos…, aunque también hay contrabando.

De esta manera, en la zona de las joyerías es habitual toparse junto a la Mezquita de Túnez con grupos de mujeres que venden el oro a un precio sumamente inferior al de los establecimientos ubicados a pocos metros. Un poco más allá, las custodian grupos de hombres… familiares, principalmente.

El DJem es otra de las poblaciones relativamente cercanas a la costa y máximo exponente de una de las grandes civilizaciones que poblaron el país: la romana. En esta población se encuentra el anfiteatro romano mejor conservado del mundo. En tamaño no puede rivalizar con el Coliseum de Roma, pero lo compensa con su acceso ilimitado a prácticamente todas las dependencias. Así, el visitante puede acceder al subsuelo, a los pasadizos donde los gladiadores esperaban su turno para sangrar en la arena o donde rezaban a las esculturas pidiendo suerte a los dioses.

El coliseo fue construido por el emperador Gordiano alrededor del año 230 d.C. Con 148 metros de largo y 122 de ancho, tenía una capacidad para más de 45.000 espectadores.

LOS DESIERTOS

Pero, sin duda, lo más atractivo de Túnez son sus desiertos. En Chebikaa, junto a la frontera de Argelia –al que se llega en 4x4 tras un viaje de más de una hora por una carretera que se pierde en la infinita planicie tunecina- las montañas ocres dejan paso en las aberturas de sus paredes al verde palmeral y a los oasis. Se trata de una imagen de película en la zona más baja de la cordillera del Atlas.

Esta escapada nos permite recorrer las montañas en un paseo de poco más de una hora a través de desfiladeros, bajo un sol que alcanza los 40 grados y en un recorrido que nos llevará hasta el nacimiento de un oasis, una fuente natural que es un alivio al sofocante calor. El agua embotellada, eso sí, la venden a dos euros. Los 1,5 litros duran veinte minutos a lo sumo, porque hay que hidratar continuamente el cuerpo.

Pero si el calor golpea, más lo hace la imagen de un grupo de pequeños que, con apenas 6 años, se lanzan a la caza del turista para vender, a un dólar la unidad, colgantes. Siendo previsores, podemos llevar la mochila llena de pequeños obsequios. En nuestro caso fueron relojes digitales de propaganda de un partido político, el 'merchandaising' sobrante de las elecciones de mayo de 2007. Probablemente desconociesen qué era aquella especie de pulsera anaranjada, pero todos reclamaron la suya, porque probablemente, ésa iba a ser la única vez en su vida que tuviesen tal lujo.

Junto a los relojes, regalamos dinosaurios y animales de plástico… la pena fue no llevar algo de ropa para sustituir los andrajos que vestían.

La serpenteante carretera de la montaña te lleva a otro paraje de película, Tamerza, donde nace una cascada natural con poza en mitad de… la nada. De ella surge un pequeño río que los lugareños aprovechan para refrescarse. En la poza, los más osados realizan saltos desde varios metros de altura.

Túnez es un país, gastronómicamente hablando, muy pesado. La carne se condimenta con un exceso de especias que suelen ser desagradables para el paladar español. Las delicias culinarias se cuentan con los dedos de una mano, aunque el cordero –del que se abusa en todos los menús- puede encontrarse bien preparado.

Las bebidas suelen cobrarlas aparte en los hoteles (incluso cuando se haya contratado régimen de todo incluido). Los combinados de alcohol de alta graduación (léase los afamados 'cubatas') no son habituales. Además, los refrescos los sirven sin hielo. Así las cosas, lo más habitual es degustar una cerveza, cuyo sabor es también bastante fuerte.

SUS COSTUMBRES

En cuanto a las costumbres, algunas de ellas impactan al turista. Por las noches, sólo se ven grupos de jóvenes en los locales que podrían catalogarse como 'bares' o pubs. Llegan al lugar en coche, con la música árabe a un elevado volumen, y todos dando palmas.

Durante el día, los cafés populares están llenos de hombres sentados en mesas donde pasan las horas dialogando, contemplando el ajetreo de la calle, tomando té y fumando en chicha.

La religión musulmana obliga a la mujer a bañarse en la playa o en la piscina con todo el cuerpo tapado. Tal vez la curiosidad innata a los periodistas me llevó a intentar fotografiar, en una playa árabe, a las féminas bañándose tapadas hasta el cuello, algo totalmente prohibido en los países musulmanes. Sin embargo, la curiosidad por retratar ese aspecto de esta cultura pudo más y, salvo algún que otro incidente, logre "arrancar" a las playas tunecinas su aspecto más sórdido y "machista", según mis contertulias en el viaje.

En Douz, antigua colonia del ejército francés, está la puerta al desierto del Sáhara. En la zona, se pueden contratar paseos por camello con guía. La ruta bordea la entrada al gran desierto, porque, hoy por hoy, es necesario un permiso gubernamental para adentrarse en el 'mar' de arena. El paisaje es el esperado: dunas que se pierden entre los palmerales cercanos y un calor abrasador que puede dejar al descubierto al temido escorpión o a la avispa del desierto.

En este entorno se encuentra también la ciudad de Touze, donde se visita uno de los grandes palmerales que se desarrollan en las ciudades-oasis del desierto.

No obstante, el paisaje más parecido al Sáhara es el que ofrece el lago de sal El Chod El Jerid, una gran extensión plana en la que no se desarrolla vida alguna, ni animal ni vegetal, y a la que se accede tras una visita a las casas enterradas de Matmata, aquellas que George Lucas recreó en 'La Guerra de las Galaxias' como vivienda habitual de Luke Skywalker antes de emprender su viaje para convertirse en un Jedi.

En este enclave, se desarrolla la Rosa del desierto, formaciones calcáreas que los puestos habilitados a modo de tienda en los bordes de la carretera venden bajo el reclamo de 'Más barato que en Carrefour'.